CENTROS:
LOS CENTROS DE FUERZA Y EL FUEGO SERPENTINO 1ª Parte (C.W. Leadbeater)
(Force-Centres and The Serpent-Fire, 1910)
CENTROS
EN cada uno de nuestros
vehículos hay ciertos centros dinámicos, llamados en sánscrito chakrams, que
significa rueda o disco giratorio. Son los puntos de conexión por los cuales se
transmite la fuerza de uno a otro vehículo. Se ven fácilmente en el doble
etéreo, donde aparecen como depresiones o vórtices en forma de salvilla. Suele
decirse que corresponden a ciertos órganos físicos; pero conviene advertir que
el centro dinámico etéreo no está en el interior del cuerpo, sino en la
superficie del doble etéreo, que sobresale unos seis milímetros del contorno de
la materia densa. Siete, son los centros dinámicos que generalmente se emplean
en ocultismo y están situados en las siguientes partes del cuerpo:
1º en la base del
espinazo; 2º en el ombligo; 3º en el bazo; 4º en el
corazón; 5º en la garganta; 6º
entre ceja y ceja; 7º en la coronilla. Además de éstos hay en el cuerpo otros
centros dinámicos que no emplean los estudiantes de magia blanca.
Conviene recordar que
Blavatsky alude a otros tres y los denomina centros inferiores. Algunas
escuelas ocultistas se valen de ellos, pero son tan sumamente peligrosos que
debemos considerar su excitación como la mayor desgracia.
Estos siete centros
dinámicos se corresponden con los siete colores y las siete notas, y los
tratados hindúes los relacionan con ciertas letras del alfabeto y determinadas
modalidades de vitalidad. También se les da poética semejanza con las flores,
asignándoles a cada uno de ellos cierto número de pétalos.
Preciso es recordar que
son vórtices de materia etérea y están todos en rápida rotación. En cada uno de
estos abiertos vórtices se precipita, en ángulo recto con el plano del disco
giratorio, una fuerza del mundo astral, que podemos llamar primaria y procede
del Logos. Esta fuerza es de naturaleza septenaria y todas sus variedades
actúan en todos los centros, aunque sólo una predomina en cada uno de ellos.
El influjo de fuerza
infunde la vida divina en el cuerpo físico que sin ella no podría subsistir, y
por lo tanto, los centros dinámicos en que se precipita dicha fuerza son
indispensables a la existencia del vehículo y actúan en todos, aunque giran a
muy distintas velocidades. Sus partículas pueden estar en relativamente lento
movimiento, de modo que sólo formen el necesario vórtice para la fuerza, o bien
pueden resplandecer y palpitar con vívida luz hasta el punto de dar entrada a
una enorme cantidad de fuerza, de suerte que se le abran al ego nuevas
posibilidades y se le añadan nuevas dotes cuando funcione en el respectivo
plano. Vienen después las fuerzas secundarias de movimiento ondulante, que se
precipitan en el vórtice formando ángulos rectos consigo mismas, o sea en la
superficie del doble etéreo, de la propia suerte que una barra imanada
atravesada en una bobina de inducción, engendra una corriente eléctrica que
fluye a1rededor de la bobina en ángulo recto con el eje director del imán. Una
vez dentro del vórtice, la fuerza primaria irradia de él en ángulos rectos,
pero en dirección rectilínea, como si el centro del vórtice fuese el cubo de
una rueda y las radiaciones de la fuerza primaria sus radios, cuyo número
difiere según el centro dinámico y determina el número de "pétalos"
cuando se comparan con una flor. Cada una de estas fuerzas secundarias que
ondulan alrededor de la depresión del disco tiene su característica longitud de
onda y luz de cierto color; pero en vez
de moverse en línea recta como la luz, se mueve en ondas relativamente amplias
de varios tamaños, cada una de las cuales es múltiplo de las cortas
ondulaciones de su interior, aunque todavía no se ha calculado su exacta
proporción.
El número de
ondulaciones se determina por el de radios de la rueda, y la fuerza secundaria
ondula debajo y encima de las irradiaciones de la primaria, de la propia suerte
que se puede entrelazar un tejido de mimbres alrededor de los rayos de la rueda
de un carruaje.
Las oleadas son
infinitesimales, y probablemente cada ondulación comprende algunos miles de
ellas. Cuando las fuerzas se precipitan en el vórtice, estas ondulaciones de
diversos tamaños se entrecruzan en la plantilla cestal, produciendo en
apariencia lo que los tratados hindúes comparan con los pétalos de una flor y
que todavía mejor pueden compararse con las salvillas de cristal irisado y
ondulante que se fabrican en Venecia. Todas las ondulaciones o pétalos tienen
reflejos nacarados, aunque cada uno con su predominante color.
En el hombre ordinario,
cuyos centros dinámicos no tienen más actividad que la necesaria para mantener
su cuerpo vivo, los colores son pálidos, mientras que son muy refulgentes en
los hombres que tienen los centros dinámicos en
plena actividad y cuyo diámetro ha aumentado desde unos cinco
centímetros al de una ordinaria salvilla de mesa. Brillan como soles en
miniatura.
Descripción
de los centros
El primer centro
dinámico, situado en la base del espinazo, tiene una fuerza primaria que emite
cuatro rayos y ordena sus ondulaciones como si estuviera dividido en cuadrantes
con huecos entre ellos, es decir, parecidamente al signo de la cruz. Por esta
razón se ha simbolizado este centro con la cruz, y a veces una cruz ígnea
representa la serpiente de fuego que en él reside.
En plena actividad tiene
este centro color rojo anaranjado de tonalidad ígnea, en íntima correspondencia
con la modalidad vital que se le transmite desde el centro básico. En cada
centro se echa de ver análoga correspondencia con el color de su vitalidad.
El segundo centro,
situado en el ombligo, se llama plexo solar y recibe una fuerza primaria con
diez radiaciones, de modo que vibra como si se dividiera en diez ondulaciones o
pétalos. Está íntimamente relacionado con diversos sentimientos y emociones y
su color predominante es una extraña entremezcla de varios matices del rojo,
aunque también hay gran parte de verde.
El tercer centro, sito
en el bazo, está destinado a especializar, subdividir y dispersar la vitalidad
que nos llega del sol, pues del bazo vuelve a irradiar en seis rayos
horizontales, quedando la séptima modalidad inclusa en el cubo de la rueda. Por
lo tanto, este centro tiene seis pétalos de ondulaciones y es muy refulgente,
brillante y parecido a un sol.
El cuarto centro está en
el corazón y es de brillante color dorado. Cada uno de sus cuadrantes se divide
en tres partes y tiene en conjunto doce radiaciones de la fuerza primaria.
El quinto centro,
colocado en la garganta, tiene dieciséis radios, y por lo tanto, dieciséis
aparentes divisiones. Hay en él mucho azul, pero en general es de color
argentino brillante como el de la luna cuando se refleja en las aguas.
Entre ambas cejas está
el sexto centro, que parece dividido en dos mitades, predominando en una el
color rosa bordeado de amarillo y en la otra una especie de azulado purpúreo,
ambos íntimamente armonizados con el color respectivo de las modalidades de
vitalidad que reciben. Por tal razón dicen los autores hindúes que este centro
sólo tiene dos pétalos, aunque si contamos las ondulaciones del mismo carácter
que las de los centros anteriores, veremos que cada mitad se subdivide en
cuarenta y ocho rayos o sean noventa y seis irradiaciones de su primaria
fuerza.
El séptimo centro, en la
coronilla, cuando está en plena actividad es acaso el más brillante de todos
por sus indescriptibles efectos cromáticos y sus vibraciones de inconcebible
rapidez. Los autores hindúes le asignan mil pétalos, y no exageran mucho en
ello, pues su fuerza primaria emite 960 radiaciones. Además, su configuración
difiere de la de los otros centros en que tiene una especie de subsidiario
vórtice de color blanco brillante con el centro dorado. Este vórtice subalterno
no es tan veloz y posee de por sí doce ondulaciones. He oído decir que cada
pétalo de estos centros dinámicos representa una cualidad moral cuyo desarrollo
pone el centro en actividad. No he podido comprobar experimentalmente esta
afirmación ni atino a comprenderla, porque el aspecto petálico está producido
por fuerzas definidas y fácilmente reconocibles; y además, los pétalos de cada
centro están o no activos según se hayan despertado o no dichas fuerzas, por lo
que el desarrollo de los pétalos no tiene a mi modo de ver más relación con la
moralidad que el desarrollo del bíceps.
En cambio, he tratado a
personas de no muy elevada moralidad, cuyos centros estaban plenamente activos,
mientras que otras muy espirituales y de nobilísima conducta moral no los
tenían vitalizados del todo. Por lo tanto, no me parece que haya relación entre
ambos desarrollos.
Los
Centros Astrales
Aparte de mantener vivo
el cuerpo físico, los centros dinámicos tienen otra función que sólo desempeñan
en plena actividad. Cada centro etéreo se corresponde con otro astral, aunque
éste, por ser de cuatro dimensiones, tiene una extensión en sentido de todo
punto distinta de las tres del etéreo, y en consecuencia no es exactamente
homologo, aunque en parte coincidan. El vórtice etéreo está siempre en la
superficie del cuerpo etéreo; pero el centro astral está con frecuencia en el
interior del vehículo astral. Ahora
bien; la función de los centros etéreos, cuando están plenamente activos, es
transferir a la conciencia física la peculiar cualidad del correspondiente
centro astral; y así, antes de recopilar los resultados que cabe conseguir de
poner los centros etéreos en actividad, conviene considerar la función de cada
centro astral, que ya están plenamente activos en todas las personas cultas de
las razas superiores. Por lo tanto, ¿qué efecto produce en el cuerpo astral la
excitación de los centros astrales?
El primero de estos
centros, el de la base del espinazo, es la morada de la misteriosa fuerza que
simboliza la serpiente ígnea y en La Voz del Silencio se llama la Madre del
Mundo. Más adelante trataremos con mayor detención de esta fuerza. Por ahora limitémonos
a considerar sus efectos en los centros astrales. Esta fuerza existe en todos
los planos y su actividad excita los centros. Hemos de tener en cuenta que
primitivamente fue el cuerpo astral una masa casi inerte, con muy vaga
conciencia, sin poder de acción ni claro conocimiento del mundo circundante.
Por lo tanto, lo primero que ocurrió fue la elevación de esta fuerza en el
hombre hasta el nivel astral. Una vez levantada o puesta en acción, sé
transfirió al segundo centro, correspondiente al ombligo, y lo vivificó,
despertando así en el cuerpo astral la aptitud de sentir todo linaje de
influencias, aunque todavía sin nada parecido a la definida percepción de ver y
oír.
Después se transfirió la
fuerza al tercer centro astral, que corresponde al bazo físico, y por su medio
vitalizó todo el cuerpo astral, capacitando al individuo para utilizarlo
conscientemente como vehículo de locomoción, aunque tan sólo con muy vaga idea
de lo que pudiese encontrar en sus viajes.
Al despertarse el cuarto
centro, adquirió el hombre la facultad de recibir y simpatizar con las
vibraciones de otras entidades astrales, de modo que pudo comprender
instintivamente sus sentimientos.
La actividad del quinto
centro, que corresponde a la garganta, facultó al hombre para oír en el plano
astral, esto es, desarrolló el sentido que en el mundo astral produce en la
conciencia el mismo efecto a que llamamos audición en el plano físico.
El desarrollo del sexto,
correspondiente al etéreo entre cejas, produjo análogamente la vista astral, o
sea la definida percepción de la naturaleza y forma de los objetos astrales, en
vez de percibir vagamente su presencia.
El despertar del
séptimo, o sea el de la coronilla, complementó acabadamente la vida astral del
hombre y perfeccionó sus facultades.
Respecto del séptimo
centro parece que hay alguna diferencia según la índole del hombre. En muchos
de nosotros, los vórtices astrales del sexto y séptimo de estos centros
convergen en el cuerpo pituitario, que en este caso es el único enlace directo
entre el plano físico y los superiores. Sin embargo, hay otros hombres en
quienes el sexto centro está todavía adherido al cuerpo pituitario, pero el
séptimo se dobla o diverge hasta coincidir su vórtice con la atrofiada glándula
pinea1, que en este caso se vivifica y constituye una comunicación directa con
el mental inferior sin pasar por el ordinario intermedio del astral. A este
tipo de hombres se refería Blavatsky al insistir en la reavivación de la
glándula pineal.
Los
Sentidos Astrales
Así vemos que estos centros
astrales desempeñan en cierto modo funciones de sentidos de percepción astral,
aunque sin lo dicho resultaría inadecuado el nombre de sentidos, pues conviene
recordar que si bien para la mejor comprensión del asunto hablamos de vista y
oído astrales, queremos expresar con ello la facultad de responder a las
vibraciones adaptadas a la conciencia astral del hombre, del mismo carácter que
las correspondientes a sus ojos y oídos mientras actúa en el plano físico.
Pero en las del todo
distintas condiciones del mundo astral no se necesitan órganos especiales de
percepción para obtener este resultado. En todas las partes del cuerpo astral
hay materia capaz de responder vibratoriamente; y por lo tanto, el que actúa en
dicho vehículo ve por delante, por detrás, encima, debajo y a los lados sin
necesidad de volver la cabeza. Así es que los centros no se pueden llamar
órganos en la ordinaria acepción de la palabra, pues no percibe por ellos el
hombre el mundo exterior, como sucede con los ojos y oídos. Sin embargo, de la
vivificación de los centros depende la sensoria facultad astral, pues al
desarrollarse cada uno de ellos le comunica al cuerpo astral la aptitud de
responder a un nuevo orden de vibraciones.
Como quiera que todas
las partículas del cuerpo astral están en continuo movimiento de traslación,
como las de una masa de agua hirviente, todas van pasando sucesivamente por
cada uno de los centros dinámicos, de suerte que éstos despiertan a su vez en
cada partícula astral que por ellos pasa la facultad de responder a nuevas
vibraciones, con lo que el cuerpo astral es en conjunto un órgano de percepción
que al fin resume todos los sentidos. De todos modos, aunque los sentidos
astra1es estén completamente despiertos, no por ello es el hombre capaz de
transferir a su cuerpo físico la conciencia de su funcionamiento.
La
Vivificación de los Centros Etéreos
Los centros dinámicos
del cuerpo astral se van despertando uno tras otro sin que el hombre físico lo
advierta, y el único medio de advertirlo es despertar asimismo los centros
etéreos. Esto se logra por el mismo procedimiento seguido para despertar los
centros astrales, esto es, por la actualización de la ígnea serpiente que
revestida en el plano físico de materia etérea, dormita en el centro dinámico
de la base del espinazo.
Se la despierta o
actualiza por el deliberado y perseverante esfuerzo de la voluntad en poner del
todo activo este primer centro dinámico, cuya tremenda fuerza vivificará los
demás centros, de suerte que cada uno de ellos transfiera a la conciencia
física las facultades educidas por el desarrollo de sus correspondientes
centros astrales. Cuando el centro dinámico etéreo del ombligo está en
actividad, empieza el hombre a ser consciente en el plano físico de toda clase
de influencias astrales, y presiente sin conocer el motivo, qué unas son
amistosas, otras hostiles o que unos lugares son agradables y otros repulsivos.
Al despertar activamente el centro etéreo del bazo, el hombre recuerda,
siquiera en parte, sus vagabundeos astrales, y un ligero y accidental estímulo
de este centro semeja vagamente la deleitosa sensación de volar por los aires.
La actividad del cuarto
centro, que está en el corazón, capacita al hombre para sentir instintivamente
las alegrías y tristezas de los demás, y a veces puede reproducir en sí mismo,
por simpatía, los dolores y tormentos físicos del prójimo.
Cuando despierta el
centro etéreo de la garganta, oye el hombre voces que suelen hacerle toda clase
de insinuaciones y también a veces oye deleitables músicas o placenteros
sonidos. Al estar el centro en plena actividad es el hombre clariaudiente en el
plano astral. La vivificación del sexto centro, o sea el de entre cejas,
despierta la visión astral, y en estado de vigilia puede ver el hombre lugares
lejanos o personas ausentes. Al principio sólo permite la entrevisión de
paisajes y nubes de color; pero una vez en plena actividad despierta la
clarividencia.
También está relacionado
de otro modo con la vista el centro de entre cejas, pues por su mediación se
adquiere la facultad de agrandar los
diminutos objetos físicos. Del punto medio de dicho centro sale un tenue y
flexible tubo de materia etérea, parecido a una microscópica sierpe con un ojo
por cabeza, que puede contraerse o dilatarse para agrandar el tamaño de los
objetos diminutos y disminuir el de los colosales, de modo que se adapte a este
órgano de clarividencia. Los tratados antiguos aludían a ello al hablar de la
facultad de hacerse un hombre más grande o más chico a su voluntad. Así es que
para examinar un átomo, el clarividente dispone de un ojo cuya potencia visual
se acomoda al tamaño del átomo de suerte que éste parece agrandado.
1 Esto nos da la
explicación esotérica de los estigmas de San Francisco de Asis, y la
verosimilitud de este hecho de la vida del santo. N. del T.
2 El tubo serpentino que
sale del centro entre cejas estaba simbolizado en el capacete de los reyes de
Egipto a quienes como jerarcas religiosos del país se les atribuía este poder
entre otros ocultos.
Al despertar el séptimo
centro es capaz el hombre de salir y entrar conscientemente de su cuerpo físico
sin romper el enlace, de modo que su conciencia no se interrumpirá ni de noche
ni de día. Cuando la ígnea serpiente ha pasado por todos estos centros,
siguiendo un orden variable según el tipo del individuo, no se interrumpe la
conciencia hasta que el hombre entra en el mundo celeste al terminar la vida
astral. Hasta entonces no hay diferencia para él entre el sueño y la muerte. Sin embargo,
antes de que esto suceda, puede tener el hombre algunos vislumbres del mundo
astral, porque las vibraciones muy violentas pueden activar temporalmente uno u
otro de los centros sin que despierte del todo la serpiente ígnea, aunque
también cabe actualizarla en parte y producir entretanto una clarividencia parcial.
Porque este fuego dinámico consta de siete capas o grados de energía, y puede
ocurrir que cuando un hombre se esfuerza con toda su voluntad en actualizarlo,
sólo consiga levantar una capa, y creído de haber realizado ya la tarea la
juzgue ineficaz. Entonces ha de repetirla una y otra vez, excavando
gradualmente más y más hondo, hasta que no sólo se conmueva la superficie sino
que el núcleo de fuego se ponga en plena actividad.