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sábado, 2 de agosto de 2014

RADIACIÓN: LA RADIACIÓN Y EL AURA, por Aart Jurriaanse



LA RADIACIÓN Y EL AURA
por Aart Jurriaanse



Toda radiación debe ser considerada como el proceso transmutador en funcionamiento activo, o en otras palabras, el traspaso de energía de una forma a otra. Lo que sucede básicamente es que el núcleo interno positivo de fuerza o vida del átomo o forma, alcanza tan intenso ritmo de vibración, que los electrones negativos son expulsados más allá de la esfera de atracción normal, o más allá de las paredes de confinación de la forma que los mantenía recluidos. Entonces ya no son atraídos de vuelta a su centro polar original, sino que escapan y deben encontrar una nueva estancia, siendo absorbidos temporalmente en el cuerpo etérico o vital que rodea todas y cada forma. Esto en principio es verdad no sólo para el átomo, sino para todas las formas en todos los reinos de la naturaleza.

El impacto de una verdad o de un concepto mental, y su reconocimiento, es una indicación de que la cualidad de una esfera específica de actividad irradiante ha sido registrada por la mente. Esto es lo que ocurre con todas las así llamadas 'expansiones de conciencia' a las cuales la mente del hombre puede responder: él registra una serie sucesiva de vibraciones y radiaciones emanando de diferentes fuentes de actividad, y cuando cada una de ellas es conscientemente registrada y reconocida por la mente, otro ladrillo se ha colocado en los fundamentos de la conciencia en desarrollo, y otra abertura se ha producido en la trama etérica confinante, conduciendo así a una luz más clara y una percepción más profunda.

Siempre presente

Estas esferas de actividad irradiante están siempre presentes, y es sólo el instrumento que no alcanza y no consigue registrar aquello que está disponible; el proceso evolutivo es por tanto uno de desarrollo y refinamiento del aparato de respuesta, primero para permitirle reconocer y absorber, y luego para emplear con eficacia las radiaciones cuando son contactadas en cada etapa. La mente registrará estas cualidades, actividades irradiantes o impulsos que emanan como impresiones, ideas y revelaciones, y el grado en el cual el discípulo se beneficiará de estos impulsos dependerá de su grado de desarrollo, y de la firmeza de su propósito y esfuerzo.

Con el progreso a lo largo de su sendero, el discípulo se vuelve más eficiente, no sólo para absorber energías disponibles de diferentes fuentes, sino que sus propias actividades irradiantes también aumentarán, tanto si tiene conciencia despierta de ello como si no. Su esfera de influencia será proporcionada a su evolución espiritual, y la naturaleza e índole de su radiación determinarán la cualidad de su aura envolvente.

Una de las fuerzas más poderosas que el hombre puede irradiar, es esa cualidad dominante del alma - ¡el Amor! Siempre que las acciones del servidor irradien amor comprensivo, estas pueden realmente ser estrictas y hasta severas, sin causar daño aunque quizás sean una fuente de dolor momentáneo.

La radiación y el magnetismo están en los fundamentos de todo trabajo grupal; cuando el discípulo se vuelve más irradiante y magnético espiritualmente, y cuando su corazón y cabeza se relacionan conscientemente, su radiación crece rápidamente y se vuelve más notable en su entorno, evocando una respuesta igual en los otros. También atraerá la atención del Maestro que trabaja en el mismo rayo en el cual el alma del discípulo está orientada, y en el cual ha estado irradiando sus fuerzas.

Curación esotérica

Diferentes formas de curación esotérica también giran principalmente alrededor de la radiación magnética, y el paciente sólo puede ser realmente ayudado cuando la radiación positiva del sanador supera la condición negativa del paciente. La curación magnética e irradiante comprenden un estudio completo y provechoso por sí solo, y con la adquisición de un creciente conocimiento sobre el cuerpo etérico, su influencia y su control, la aplicación práctica de estos estudios promete jugar un papel de importancia creciente en la práctica sanitaria futura.

El serio sanador del futuro debe, sin embargo, no sólo tener conocimientos espirituales sólidos, con control sobre sus centros y la habilidad de dirigir y regular su radiación y magnetismo, sino que al mismo tiempo debe tener un completo conocimiento y entrenamiento en la medicina común y los métodos quirúrgicos. El conocimiento del médico facultativo, por ejemplo, resultará más efectivo en arreglar un hueso roto, que el de un sanador espiritual en las mismas circunstancias.

Cada forma manifestada está caracterizada por un entorno etérico o 'aura', que puede ser definido como la esfera de su actividad irradiante. Esto también se aplica al hombre. Los clarividentes, favorecidos con visión etérica, pueden distinguir el aura humana, comúnmente descrita en términos de color o luz. Desde el punto de vista esotérico, sin embargo, la importancia del aura radica en su cualidad irradiante y su consecuente esfera de influencia.

El aura es una combinación de radiaciones, energías y fuerzas ordenadas, que tanto pueden atraer como repeler lo bueno o lo malo, y es a través de contactos así efectuados que la tendencia global de la vida de un hombre es determinada.

Similarmente donde se juntan grupos, un aura grupal es creada, consistente en la combinación de las auras individuales, y la contribución áurica de cada miembro del grupo puede así tanto obstaculizar o beneficiar los objetivos del grupo. El aura unida determinará la condición del grupo, sus actividades, su utilidad y también sus problemas.

Cada persona que mira al mundo o a su entorno cercano, inevitablemente debe mirar a través de su propia aura envolvente, y la transparencia de esta ventana definirá la claridad o grado de distorsión de las imágenes recibidas. Este mismo principio se aplica a todos los impulsos y vibraciones que le llegan de fuentes externas. La claridad y pureza del aura es por tanto de principal importancia si definiciones e impresiones verdaderas han de recibirse, o irradiarse al mundo exterior. Auras oscuras y turbias son una de las razones principales de que las masas tengan a menudo puntos de vista distorsionados y actitudes perversas, no sean susceptibles a la razón, e inconscientemente rechacen las bellezas que la vida tiene para ofrecer. Su visión de su entorno y de todo lo que les influye está deformada; lo que ven es sólo un reflejo deformado y torcido de la realidad, y por lo tanto no pueden formar ningún concepto real del bien, de la verdad y de la belleza, porque para ellos todo está viciado al mirar a través de sus auras impuras. La consecuencia es que incluso la acción o actitud más inspirada y altruista de sus prójimos, de aquellos que pueden haber alcanzado una visión más clara y objetivos más puros, son malinterpretados y tratados con afrenta y sospecha.

El aura de fuerzas que envuelve al ser humano es de una naturaleza más compleja que aquella perteneciente a formas de reinos inferiores; el aura del hombre está compuesta de radiaciones de los cuerpos físico, emocional y mental, y su condición por tanto será determinada por aquel de estos vehículos que esté en ascendencia, y también por la cualidad de las emanaciones dominantes.

Cuando el aura comienza a afirmarse, se muestra automáticamente una mayor sensibilidad a las influencias de los niveles subjetivos, y el individuo se vuelve crecientemente magnético a ideas y conceptos espirituales. Su condición por tanto se volverá invocativa a la impresión espiritual, y las ideas subjetivas serán evocadas por su mente sin esfuerzo consciente por su parte.

Este aura magnética es encendida por el primer contacto genuino con el alma, y crecerá proporcionadamente con la frecuencia de tales contactos futuros, hasta que finalmente se vuelve un estado de conciencia y comunión habituales con el alma que puede establecerse a voluntad y en todo momento. Cuando se alcanza esta etapa, su foco estará en el plano mental y ya no estará controlado por su naturaleza emocional. Esto significa que ha realizado un comienzo exitoso en la construcción del puente de luz a través del cual se pueden introducir impresiones de planos superiores, y el cual crecientemente servirá para incrementar la cualidad de su aura, de ese modo mejorando constantemente su eficiencia como un canal e instrumento de servicio en las manos de los Maestros.


El mecanismo áurico que cada ser humano lleva consigo, refleja a aquellos con visión etérica una imagen verdadera de la etapa que el hombre ha alcanzado en su evolución emocional, mental y egoica. Un Maestro por tanto sólo necesita mirar a la luz reflejada dentro del aura, para saber exactamente hasta donde ha progresado el hombre en su sendero de desenvolvimiento espiritual.

jueves, 31 de julio de 2014

CENTROS: LOS CENTROS DE FUERZA Y EL FUEGO SERPENTINO 1ª Parte (C.W. Leadbeater)



CENTROS: LOS CENTROS DE FUERZA Y EL FUEGO SERPENTINO 1ª Parte (C.W. Leadbeater)
(Force-Centres and The Serpent-Fire, 1910)
CENTROS




EN cada uno de nuestros vehículos hay ciertos centros dinámicos, llamados en sánscrito chakrams, que significa rueda o disco giratorio. Son los puntos de conexión por los cuales se transmite la fuerza de uno a otro vehículo. Se ven fácilmente en el doble etéreo, donde aparecen como depresiones o vórtices en forma de salvilla. Suele decirse que corresponden a ciertos órganos físicos; pero conviene advertir que el centro dinámico etéreo no está en el interior del cuerpo, sino en la superficie del doble etéreo, que sobresale unos seis milímetros del contorno de la materia densa. Siete, son los centros dinámicos que generalmente se emplean en ocultismo y están situados en las siguientes partes del cuerpo:

1º en la base del espinazo; 2º en el ombligo; 3º en el bazo; 4º en  el  corazón; 5º  en la garganta; 6º entre ceja y ceja; 7º en la coronilla. Además de éstos hay en el cuerpo otros centros dinámicos que no emplean los estudiantes de magia blanca.

Conviene recordar que Blavatsky alude a otros tres y los denomina centros inferiores. Algunas escuelas ocultistas se valen de ellos, pero son tan sumamente peligrosos que debemos considerar su excitación como la mayor desgracia.

Estos siete centros dinámicos se corresponden con los siete colores y las siete notas, y los tratados hindúes los relacionan con ciertas letras del alfabeto y determinadas modalidades de vitalidad. También se les da poética semejanza con las flores, asignándoles a cada uno de ellos cierto número de pétalos.

Preciso es recordar que son vórtices de materia etérea y están todos en rápida rotación. En cada uno de estos abiertos vórtices se precipita, en ángulo recto con el plano del disco giratorio, una fuerza del mundo astral, que podemos llamar primaria y procede del Logos. Esta fuerza es de naturaleza septenaria y todas sus variedades actúan en todos los centros, aunque sólo una predomina en cada uno de ellos.

El influjo de fuerza infunde la vida divina en el cuerpo físico que sin ella no podría subsistir, y por lo tanto, los centros dinámicos en que se precipita dicha fuerza son indispensables a la existencia del vehículo y actúan en todos, aunque giran a muy distintas velocidades. Sus partículas pueden estar en relativamente lento movimiento, de modo que sólo formen el necesario vórtice para la fuerza, o bien pueden resplandecer y palpitar con vívida luz hasta el punto de dar entrada a una enorme cantidad de fuerza, de suerte que se le abran al ego nuevas posibilidades y se le añadan nuevas dotes cuando funcione en el respectivo plano. Vienen después las fuerzas secundarias de movimiento ondulante, que se precipitan en el vórtice formando ángulos rectos consigo mismas, o sea en la superficie del doble etéreo, de la propia suerte que una barra imanada atravesada en una bobina de inducción, engendra una corriente eléctrica que fluye a1rededor de la bobina en ángulo recto con el eje director del imán. Una vez dentro del vórtice, la fuerza primaria irradia de él en ángulos rectos, pero en dirección rectilínea, como si el centro del vórtice fuese el cubo de una rueda y las radiaciones de la fuerza primaria sus radios, cuyo número difiere según el centro dinámico y determina el número de "pétalos" cuando se comparan con una flor. Cada una de estas fuerzas secundarias que ondulan alrededor de la depresión del disco tiene su característica longitud de onda y luz de cierto color;  pero en vez de moverse en línea recta como la luz, se mueve en ondas relativamente amplias de varios tamaños, cada una de las cuales es múltiplo de las cortas ondulaciones de su interior, aunque todavía no se ha calculado su exacta proporción.

El número de ondulaciones se determina por el de radios de la rueda, y la fuerza secundaria ondula debajo y encima de las irradiaciones de la primaria, de la propia suerte que se puede entrelazar un tejido de mimbres alrededor de los rayos de la rueda de un carruaje.

Las oleadas son infinitesimales, y probablemente cada ondulación comprende algunos miles de ellas. Cuando las fuerzas se precipitan en el vórtice, estas ondulaciones de diversos tamaños se entrecruzan en la plantilla cestal, produciendo en apariencia lo que los tratados hindúes comparan con los pétalos de una flor y que todavía mejor pueden compararse con las salvillas de cristal irisado y ondulante que se fabrican en Venecia. Todas las ondulaciones o pétalos tienen reflejos nacarados, aunque cada uno con su predominante color.

En el hombre ordinario, cuyos centros dinámicos no tienen más actividad que la necesaria para mantener su cuerpo vivo, los colores son pálidos, mientras que son muy refulgentes en los hombres que tienen los centros dinámicos en  plena actividad y cuyo diámetro ha aumentado desde unos cinco centímetros al de una ordinaria salvilla de mesa. Brillan como soles en miniatura.

Descripción de los centros

El primer centro dinámico, situado en la base del espinazo, tiene una fuerza primaria que emite cuatro rayos y ordena sus ondulaciones como si estuviera dividido en cuadrantes con huecos entre ellos, es decir, parecidamente al signo de la cruz. Por esta razón se ha simbolizado este centro con la cruz, y a veces una cruz ígnea representa la serpiente de fuego que en él reside.

En plena actividad tiene este centro color rojo anaranjado de tonalidad ígnea, en íntima correspondencia con la modalidad vital que se le transmite desde el centro básico. En cada centro se echa de ver análoga correspondencia con el color de su vitalidad.

El segundo centro, situado en el ombligo, se llama plexo solar y recibe una fuerza primaria con diez radiaciones, de modo que vibra como si se dividiera en diez ondulaciones o pétalos. Está íntimamente relacionado con diversos sentimientos y emociones y su color predominante es una extraña entremezcla de varios matices del rojo, aunque también hay gran parte de verde.

El tercer centro, sito en el bazo, está destinado a especializar, subdividir y dispersar la vitalidad que nos llega del sol, pues del bazo vuelve a irradiar en seis rayos horizontales, quedando la séptima modalidad inclusa en el cubo de la rueda. Por lo tanto, este centro tiene seis pétalos de ondulaciones y es muy refulgente, brillante y parecido a un sol.
El cuarto centro está en el corazón y es de brillante color dorado. Cada uno de sus cuadrantes se divide en tres partes y tiene en conjunto doce radiaciones de la fuerza primaria.

El quinto centro, colocado en la garganta, tiene dieciséis radios, y por lo tanto, dieciséis aparentes divisiones. Hay en él mucho azul, pero en general es de color argentino brillante como el de la luna cuando se refleja en las aguas.
Entre ambas cejas está el sexto centro, que parece dividido en dos mitades, predominando en una el color rosa bordeado de amarillo y en la otra una especie de azulado purpúreo, ambos íntimamente armonizados con el color respectivo de las modalidades de vitalidad que reciben. Por tal razón dicen los autores hindúes que este centro sólo tiene dos pétalos, aunque si contamos las ondulaciones del mismo carácter que las de los centros anteriores, veremos que cada mitad se subdivide en cuarenta y ocho rayos o sean noventa y seis irradiaciones de su primaria fuerza.

El séptimo centro, en la coronilla, cuando está en plena actividad es acaso el más brillante de todos por sus indescriptibles efectos cromáticos y sus vibraciones de inconcebible rapidez. Los autores hindúes le asignan mil pétalos, y no exageran mucho en ello, pues su fuerza primaria emite 960 radiaciones. Además, su configuración difiere de la de los otros centros en que tiene una especie de subsidiario vórtice de color blanco brillante con el centro dorado. Este vórtice subalterno no es tan veloz y posee de por sí doce ondulaciones. He oído decir que cada pétalo de estos centros dinámicos representa una cualidad moral cuyo desarrollo pone el centro en actividad. No he podido comprobar experimentalmente esta afirmación ni atino a comprenderla, porque el aspecto petálico está producido por fuerzas definidas y fácilmente reconocibles; y además, los pétalos de cada centro están o no activos según se hayan despertado o no dichas fuerzas, por lo que el desarrollo de los pétalos no tiene a mi modo de ver más relación con la moralidad que el desarrollo del bíceps.

En cambio, he tratado a personas de no muy elevada moralidad, cuyos centros estaban plenamente activos, mientras que otras muy espirituales y de nobilísima conducta moral no los tenían vitalizados del todo. Por lo tanto, no me parece que haya relación entre ambos desarrollos.

Los Centros Astrales

Aparte de mantener vivo el cuerpo físico, los centros dinámicos tienen otra función que sólo desempeñan en plena actividad. Cada centro etéreo se corresponde con otro astral, aunque éste, por ser de cuatro dimensiones, tiene una extensión en sentido de todo punto distinta de las tres del etéreo, y en consecuencia no es exactamente homologo, aunque en parte coincidan. El vórtice etéreo está siempre en la superficie del cuerpo etéreo; pero el centro astral está con frecuencia en el interior del vehículo  astral. Ahora bien; la función de los centros etéreos, cuando están plenamente activos, es transferir a la conciencia física la peculiar cualidad del correspondiente centro astral; y así, antes de recopilar los resultados que cabe conseguir de poner los centros etéreos en actividad, conviene considerar la función de cada centro astral, que ya están plenamente activos en todas las personas cultas de las razas superiores. Por lo tanto, ¿qué efecto produce en el cuerpo astral la excitación de los centros astrales?

El primero de estos centros, el de la base del espinazo, es la morada de la misteriosa fuerza que simboliza la serpiente ígnea y en La Voz del Silencio se llama la Madre del Mundo. Más adelante trataremos con mayor detención de esta fuerza. Por ahora limitémonos a considerar sus efectos en los centros astrales. Esta fuerza existe en todos los planos y su actividad excita los centros. Hemos de tener en cuenta que primitivamente fue el cuerpo astral una masa casi inerte, con muy vaga conciencia, sin poder de acción ni claro conocimiento del mundo circundante. Por lo tanto, lo primero que ocurrió fue la elevación de esta fuerza en el hombre hasta el nivel astral. Una vez levantada o puesta en acción, sé transfirió al segundo centro, correspondiente al ombligo, y lo vivificó, despertando así en el cuerpo astral la aptitud de sentir todo linaje de influencias, aunque todavía sin nada parecido a la definida percepción de ver y oír.

Después se transfirió la fuerza al tercer centro astral, que corresponde al bazo físico, y por su medio vitalizó todo el cuerpo astral, capacitando al individuo para utilizarlo conscientemente como vehículo de locomoción, aunque tan sólo con muy vaga idea de lo que pudiese encontrar en sus viajes.

Al despertarse el cuarto centro, adquirió el hombre la facultad de recibir y simpatizar con las vibraciones de otras entidades astrales, de modo que pudo comprender instintivamente sus sentimientos.

La actividad del quinto centro, que corresponde a la garganta, facultó al hombre para oír en el plano astral, esto es, desarrolló el sentido que en el mundo astral produce en la conciencia el mismo efecto a que llamamos audición en el plano físico.

El desarrollo del sexto, correspondiente al etéreo entre cejas, produjo análogamente la vista astral, o sea la definida percepción de la naturaleza y forma de los objetos astrales, en vez de percibir vagamente su presencia.

El despertar del séptimo, o sea el de la coronilla, complementó acabadamente la vida astral del hombre y perfeccionó sus facultades.

Respecto del séptimo centro parece que hay alguna diferencia según la índole del hombre. En muchos de nosotros, los vórtices astrales del sexto y séptimo de estos centros convergen en el cuerpo pituitario, que en este caso es el único enlace directo entre el plano físico y los superiores. Sin embargo, hay otros hombres en quienes el sexto centro está todavía adherido al cuerpo pituitario, pero el séptimo se dobla o diverge hasta coincidir su vórtice con la atrofiada glándula pinea1, que en este caso se vivifica y constituye una comunicación directa con el mental inferior sin pasar por el ordinario intermedio del astral. A este tipo de hombres se refería Blavatsky al insistir en la reavivación de la glándula pineal.

Los Sentidos Astrales

Así vemos que estos centros astrales desempeñan en cierto modo funciones de sentidos de percepción astral, aunque sin lo dicho resultaría inadecuado el nombre de sentidos, pues conviene recordar que si bien para la mejor comprensión del asunto hablamos de vista y oído astrales, queremos expresar con ello la facultad de responder a las vibraciones adaptadas a la conciencia astral del hombre, del mismo carácter que las correspondientes a sus ojos y oídos mientras actúa en el plano físico.

Pero en las del todo distintas condiciones del mundo astral no se necesitan órganos especiales de percepción para obtener este resultado. En todas las partes del cuerpo astral hay materia capaz de responder vibratoriamente; y por lo tanto, el que actúa en dicho vehículo ve por delante, por detrás, encima, debajo y a los lados sin necesidad de volver la cabeza. Así es que los centros no se pueden llamar órganos en la ordinaria acepción de la palabra, pues no percibe por ellos el hombre el mundo exterior, como sucede con los ojos y oídos. Sin embargo, de la vivificación de los centros depende la sensoria facultad astral, pues al desarrollarse cada uno de ellos le comunica al cuerpo astral la aptitud de responder a un nuevo orden de vibraciones.

Como quiera que todas las partículas del cuerpo astral están en continuo movimiento de traslación, como las de una masa de agua hirviente, todas van pasando sucesivamente por cada uno de los centros dinámicos, de suerte que éstos despiertan a su vez en cada partícula astral que por ellos pasa la facultad de responder a nuevas vibraciones, con lo que el cuerpo astral es en conjunto un órgano de percepción que al fin resume todos los sentidos. De todos modos, aunque los sentidos astra1es estén completamente despiertos, no por ello es el hombre capaz de transferir a su cuerpo físico la conciencia de su funcionamiento.

La Vivificación de los Centros Etéreos

Los centros dinámicos del cuerpo astral se van despertando uno tras otro sin que el hombre físico lo advierta, y el único medio de advertirlo es despertar asimismo los centros etéreos. Esto se logra por el mismo procedimiento seguido para despertar los centros astrales, esto es, por la actualización de la ígnea serpiente que revestida en el plano físico de materia etérea, dormita en el centro dinámico de la base del espinazo.

Se la despierta o actualiza por el deliberado y perseverante esfuerzo de la voluntad en poner del todo activo este primer centro dinámico, cuya tremenda fuerza vivificará los demás centros, de suerte que cada uno de ellos transfiera a la conciencia física las facultades educidas por el desarrollo de sus correspondientes centros astrales. Cuando el centro dinámico etéreo del ombligo está en actividad, empieza el hombre a ser consciente en el plano físico de toda clase de influencias astrales, y presiente sin conocer el motivo, qué unas son amistosas, otras hostiles o que unos lugares son agradables y otros repulsivos. Al despertar activamente el centro etéreo del bazo, el hombre recuerda, siquiera en parte, sus vagabundeos astrales, y un ligero y accidental estímulo de este centro semeja vagamente la deleitosa sensación de volar por los aires.

La actividad del cuarto centro, que está en el corazón, capacita al hombre para sentir instintivamente las alegrías y tristezas de los demás, y a veces puede reproducir en sí mismo, por simpatía, los dolores y tormentos físicos del prójimo.

Cuando despierta el centro etéreo de la garganta, oye el hombre voces que suelen hacerle toda clase de insinuaciones y también a veces oye deleitables músicas o placenteros sonidos. Al estar el centro en plena actividad es el hombre clariaudiente en el plano astral. La vivificación del sexto centro, o sea el de entre cejas, despierta la visión astral, y en estado de vigilia puede ver el hombre lugares lejanos o personas ausentes. Al principio sólo permite la entrevisión de paisajes y nubes de color; pero una vez en plena actividad despierta la clarividencia.

También está relacionado de otro modo con la vista el centro de entre cejas, pues por su mediación se adquiere la  facultad de agrandar los diminutos objetos físicos. Del punto medio de dicho centro sale un tenue y flexible tubo de materia etérea, parecido a una microscópica sierpe con un ojo por cabeza, que puede contraerse o dilatarse para agrandar el tamaño de los objetos diminutos y disminuir el de los colosales, de modo que se adapte a este órgano de clarividencia. Los tratados antiguos aludían a ello al hablar de la facultad de hacerse un hombre más grande o más chico a su voluntad. Así es que para examinar un átomo, el clarividente dispone de un ojo cuya potencia visual se acomoda al tamaño del átomo de suerte que éste parece agrandado. 

1 Esto nos da la explicación esotérica de los estigmas de San Francisco de Asis, y la verosimilitud de este hecho de la vida del santo. N. del T.

2 El tubo serpentino que sale del centro entre cejas estaba simbolizado en el capacete de los reyes de Egipto a quienes como jerarcas religiosos del país se les atribuía este poder entre otros ocultos.
Al despertar el séptimo centro es capaz el hombre de salir y entrar conscientemente de su cuerpo físico sin romper el enlace, de modo que su conciencia no se interrumpirá ni de noche ni de día. Cuando la ígnea serpiente ha pasado por todos estos centros, siguiendo un orden variable según el tipo del individuo, no se interrumpe la conciencia hasta que el hombre entra en el mundo celeste al terminar la vida astral. Hasta entonces no hay diferencia para él  entre el sueño y la muerte. Sin embargo, antes de que esto suceda, puede tener el hombre algunos vislumbres del mundo astral, porque las vibraciones muy violentas pueden activar temporalmente uno u otro de los centros sin que despierte del todo la serpiente ígnea, aunque también cabe actualizarla en parte y producir entretanto una clarividencia parcial. Porque este fuego dinámico consta de siete capas o grados de energía, y puede ocurrir que cuando un hombre se esfuerza con toda su voluntad en actualizarlo, sólo consiga levantar una capa, y creído de haber realizado ya la tarea la juzgue ineficaz. Entonces ha de repetirla una y otra vez, excavando gradualmente más y más hondo, hasta que no sólo se conmueva la superficie sino que el núcleo de fuego se ponga en plena actividad.



martes, 29 de julio de 2014

SIMBOLISMO: EL ESTUDIO DEL SIMBOLISMO (Por Alice A. Bailey) Publicado en The Beacon, edición de abril de 1939

EL ESTUDIO DEL SIMBOLISMO  (Por Alice A. Bailey)
Publicado en The Beacon, edición de abril de 1939


Un símbolo puede definirse como el signo externo y visible de una potencia interior y espiritual. Es, literalmente, una exteriorización de fuerzas o energías, la forma objetiva que una idea, existente en la Mente Universal, ha construido para sí misma. A través de esta forma pueden expresarse la cualidad y el propósito de la idea latente y por medio de la forma simbólica, aquellos que han desarrollado la percepción intuitiva pueden interpretar los planes y proyectos de esa gran Vida en la cual vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser

Los símbolos se dividen en tres grupos principales, aunque por supuesto, hay muchas menores y posibles diferenciaciones. Estos son:

1. Todas las formas objetivas se encuentran en los cuatro reinos de la naturaleza. Todas ellas son, sin excepción, los medios exteriores y materiales para la expresión de las múltiples energías y potencias que, en conjunto, forman el cuerpo de manifestación del Agente creador del mundo. En relación con esta primera categoría de formas y símbolos, la ciencia está interesada y aprendiendo mucho de la mecánica y de la naturaleza del mundo material. Cuando el concepto de una Deidad antropomórfica dé lugar a la de un Dios inmanente en Su Creación, tendrá lugar una comprensión amplia y general del simbolismo que sustituirá a la actual ignorancia. Entonces todas nuestras líneas de investigación actuales, todo nuestro trabajo científico y de laboratorio, así como todas las diversas ramas de la educación formarán parte de la importante Ciencia del Simbolismo.

2. Símbolos básicos y reconocidos que son universalmente conocidos. Ejemplos de estos son la Cruz, el Triángulo, la Esvástica y la Rosa. A lo largo de los siglos, la humanidad ha construido símbolos para expresar y representar los procesos y eventos cósmicos y para describir el método y la naturaleza del alma humana y su evolución. Estas formas simples, cuando se interpretan correctamente, demuestran ser compendios y signos breves que mantienen ocultas las verdades que la vasta literatura de todas las religiones del mundo se ocupa de interpretar. Esta facultad creadora está en el hombre, lo que le lleva de esta manera a geometrizar, es la garantía de su relación con Dios y una demostración de su naturaleza divina latente.

En la primera clase de símbolos tenemos al Creador geometrizando, produciendo el mundo natural, un mundo que muestra las fuerzas y potencias subjetivas. En la segunda clase (que también puede incluir los ritos y ceremonias de todas las religiones y de la masonería), tenemos el intento del hombre para construir un mundo de formas que le manifestará las verdades fundamentales sobre las que está fundado el universo.

3. Por último, están los símbolos que se pueden descubrir por aquellos que tienen suficiente visión mental y concentración, los cuales se encuentran en la naturaleza de los símbolos arquetípicos. Solamente se hallan en el reino de la mente y son las formas primarias, creadas por aquellos que trabajan como almas y en forma totalmente subjetiva. Este aspecto de la simbología es relativamente nuevo para el público general. La razón de esto es que sólo aquellos que tienen un cierto grado de contacto con el alma, o que están empezando a tomar conciencia de su naturaleza subjetiva y espiritual, pueden descubrirlos. Sólo los que están aprendiendo que son almas funcionando por medio de una forma externa y simbólica, pueden entrar en contacto con estos símbolos y llevarlos a la manifestación para que los demás puedan llegar a ser conscientes de su existencia.

A medida que la raza avanza hacia una creciente espiritualidad, podemos esperar el correspondiente aumento en el reconocimiento de estas formas subjetivas. Poco se conoce hasta el momento su verdadero significado, y gran parte del trabajo interpretativo debe permanecer por algún tiempo especulativo, pero ciertas sugerencias en cuanto a su significado pueden ser correctas.

1. Son las formas que, en el vasto reino de la actividad mental, encarnan las enseñanzas de la Nueva Era, además de las verdades del pasado. Es significativo que mientras el mundo está transitando hacia un nuevo signo astronómico y una nueva raza está surgiendo en América del Norte, Nueva Zelanda y Australia, esté despertando el interés activo en el simbolismo. En los dos últimos siglos se ha visto el rápido desarrollo de la mente en toda la humanidad y esto ha provocado necesariamente un contacto más general con estas formas arquetípicas, que sólo se encuentra en los niveles mentales.

2. Son las formas, en algunos casos, de los seres, de los ángeles, de las fuerzas, los principados y potestades, o una expresión auténtica de esas formas que cualquier intérprete particular es capaz de traer a la conciencia física.

3. Son las formas a través de las cuales trabajan las potencias y fuerzas de las siete corrientes principales de energía divina, las emanaciones y rayos, antes de la inauguración de una nueva raza y de una naturaleza nueva. Razas, civilizaciones, continentes, cada uno con sus diferentes características físicas, han venido y se han ido y todos ellos han surgido, según dice la Sabiduría Eterna, de la Mente Universal a la existencia objetiva. Pasan del reino de la mente al del deseo, y de allí a la actividad física. Los pensamientos son cosas. Las ideas toman forma, pues, como dice Plutarco (De Placit Philos), "Una idea es un Ser incorpóreo, que no tiene subsistencia por sí mismo, pero da figura y forma a la materia sin forma y se convierte en la causa de la manifestación". Muchos de estos símbolos son las formas mentales que se encuentran detrás de las formas físicas externas.

Siempre se han visto en la naturaleza símbolos físicos de las potencias interiores. Pero sólo en esta quinta subraza de la raza Aria, en la que la mente ha adquirido importancia y la triple personalidad del hombre (mental, emocional y físico) ha sido coordinada, ha sido posible ponerse en contacto con estas formas mentales y las formas simiente que finalmente florecerán en el mundo físico de la raza, la civilización y el continente venideros.

4. También existen aquellas formas simbólicas por medio de las cuales los Hermanos Mayores de la raza, los Maestros e Iniciados, enseñan a Sus discípulos los hechos de los procesos creativos, las leyes que rigen el desarrollo evolutivo del Alma del Mundo y del alma individual, y mantienen en secreto esos misterios (contenidos en el Plan divino), que deben permanecer ocultos a los que hasta ahora sólo están influidos por su naturaleza emocional o de deseos, y a los que por lo tanto no se les puede confiar el conocimiento que estos símbolos. Por lo tanto, muchos símbolos son los custodios de nueva y, con frecuencia, peligrosa información. Contienen, para los que tienen la clave, las fórmulas por medio de las cuales pueden ser contactadas yutilizadas las energías y utilizado el mundo de las fuerzas para la perfección del plan divino. Son el medio por el cual los Maestros pueden enseñar a aquellos que están listos para tal conocimiento y al mismo tiempo salvaguardar las verdades de la revelación del desenvolvimiento del mundo, de aquellos que utilizan el conocimiento para fines egoístas y materiales.

Por lo tanto, no se puede sobre enfatizar la importancia de un estudio de la simbología, pero se debe llevar adelante un estudio de la misma a lo largo de líneas sensatas y precedido de la debida preparación. El estudiante de simbología debe poseer una percepción mental aguda y estar libre de prejuicios y teorías; debería tener también el entrenamiento de carácter general que encuentra su consumación en las palabras de Cristo Mismo, "Los puros de corazón verán a Dios". Pureza de la vida y de la motivación, una naturaleza emocional controlada, servicio desinteresado y el cuidadoso entrenamiento del intelecto son los principales requisitos previos para esta nueva ciencia de la simbología. A esto hay que añadir finalmente el desarrollo de la intuición y de la percepción espiritual de modo que se pueda captar el significado del símbolo y pueda ser aprehendido el propósito para su existencia.

Por lo tanto, el estudio del simbolismo es una forma de meditación y aquí pueden aplicarse fructíferamente las normas que rigen la meditación exitosa. En uno de los más antiguos tratados de meditación del mundo (Los Yoga Sutras de Patanjali) se destacan cuatro etapas.

En primer lugar, dice Patanjali, debe haber una consideración de la forma. Esto implica un reconocimiento de la línea y del diseño y de la estructura total del símbolo. Su figura y forma, con las formas de los componentes auxiliares, son captados por el ojo. Esta es la primera etapa y la menos importante, y para el estudiante con experiencia no tiene más importancia que la que pueda tener la forma y el número de palabras y párrafos de un libro que es objeto de estudio. Sin embargo, cuando se ha reflexionado sobre la forma, comienza a surgir la realización de que ésta no es más que un símbolo de una realidad interior.

En segundo lugar, debe haber un reconocimiento de la cualidad o naturaleza de la forma. ¿Cuál es la energía subjetiva que expresa? ¿Cuál es la cualidad de la fuerza que parece fluir a través de ella? ¿Cuál es la emoción que el símbolo despierta en el estudiante? Aquí es de valor citar las palabras de este antiguo maestro, cuando dice: "Estas formas son conocidas o no, de acuerdo a las cualidades latentes en la conciencia perceptiva. La incapacidad para interpretar o comprender algún significado en el símbolo indica carencia y deficiencia en el estudiante. Cada ser humano es una potencia espiritual o alma que se expresa a través de una forma que constituye un símbolo de su etapa de desarrollo y del poder de manifestación. Esta alma posee un medio de expresión en el plano de la mente y luego pasa al plano de la emoción o deseo por el que se expresa su peculiar cualidad. A este respecto es interesante señalar que, en términos generales, podemos juzgarnos por la cualidad que emana de nosotros y no por nuestra apariencia física. La gente nos gusta o no debido a su carácter cualitativo. Esta idea es la que surge al estudiar un símbolo y es aquí donde el color juega su parte.

El tercer requisito es aún más subjetivo, y es en este aspecto que los símbolos se utilizan principalmente en la formación de los discípulos. De un estudio de la forma y la consideración de la cualidad, se llega seguidamente al propósito, al motivo y a la idea que el símbolo ha mantenido oculto. A medida que el estudiante se concentra en la importancia de la idea, llega a ser consciente de ese mundo arquetípico que es el patrón de todas las cosas manifestadas, y que él, como discípulo, tiene que entender si quiere cooperar inteligentemente con el Plan. Llega a un conocimiento de esa parte del plan que es el factor motivador en la forma del símbolo. Así, a través de la parte se puede entrar en contacto con el Todo y producirse una expansión de la conciencia.
La etapa final se ha llamado la de la identificación. Uno llega a ser uno con el símbolo; comparte su cualidad, participa de su propósito y a través de estas etapas llega a ser una unidad con el Creador de todas las formas. Esta es una etapa difícil de definir, solamente puede ser comprendida por el hombre que ha apreciado el hecho de que él mismo es un símbolo que expresa una cualidad, y está animado por un propósito que está en conformidad con la Deidad misma. Se convierte en un alma consciente, una parte corporativa del Alma del mundo y se encuentra unido con el alma que anima todas las formas y símbolos.


Si estas ideas se meditan y se aplican al estudio de los símbolos, el estudiante gradualmente entrará en posesión y uso de un mecanismo subjetivo interno de interpretación que denominamos con los insatisfactorios términos de "intuición" o "percepción espiritual". Los símbolos tienen el propósito de desarrollar este mecanismo en el estudiante y su uso abrirá para él un nuevo mundo de fuerzas, otra dimensión y le revelará las maravillas de ese quinto reino de la naturaleza que llamamos el reino de Dios, o el Reino de los Cielos.

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