BIOGRAFIA (Annie Besant)
Por José Manuel Anacleto
Aunque
Annie Besant haya escrito, en algún lugar, que sólo quería como epitafio para
sí misma el de que “ella procuró seguir la Verdad”, su figura es tan luminosa,
que los más bellos adjetivos, los más inspirados epítetos le fueron consagrados
por muchos de los que pudieron conocer su naturaleza impar. Entre tanto, para
nosotros, la más expresiva de todas las imágenes se debe a Charles Blech,
Secretario-General de la Sociedad Teosófica de Francia a principios de siglo:
“El Alma de Diamante”, Annie Besant fue, sí, un alma de diamante – tan fuerte y
tan delicada, tan bella y tan resistente, brillando intensamente en tantas
facetas, como si fuera la exponente de cada uno de los Siete Rayos.
Infancia, Juventud y Matrimonio
Annie
Wood nació el 1 de Octubre de 1847 en Londres, pero su ascendencia tenía un
fuerte componente irlandés, raíz que siempre le agradó. Sus abuelos por parte
de la madre – mujer de gran sensibilidad – eran ambos irlandeses, así como
también por el lado materno del padre – hombre de sólida cultura humanista, matemático
y profesor de Francés, Alemán, Italiano, Español y Portugués.
El
padre de Annie murió días después de ella cumplir cinco años. Comenzó entonces
una época difícil para la madre viuda, tanto del punto de vista emocional, como
económico. Sin embargo a los ocho años, cuando (con su hermano Henry y su
madre) fue a vivir para Harrow, a una antiquísima casa que se abría a un amplio
jardín, de lujuriante arbolado, Annie vivió un periodo feliz. Ella escribió en
su Autobiografía: “No había árbol al que no hubiese trepado, y uno de ellos, un
frondoso laurel de Portugal, era mi lugar predilecto. Allí tenía mi cuarto y mi
sitio, mi estudio y mi despensa. En ésta guardaba las frutas que podía coger
libremente de los árboles y, en el estudio, permanecía horas sentada, con
algunos de mis libros favoritos”.
En aquel tiempo, la Sra. Marryat, hermana de un conocido escritor de la
época, se ofreció para proveer a Annie de una educación esmerada. Tal fue
aceptado, aunque implicase que Annie pasaría menos tiempo con la madre – una
decisión bien difícil ya que, citando más una vez las palabras de nuestra
heroína, refiriéndose a la madre, “mi amor por ella era idolatría, y el suyo
por mí era devoción”. Apenas reuniéndose en los periodos de vacaciones, “el
vínculo de amor entre nosotras dos fue tan tenaz que nada pudo romperlo”.
La Sra. Marryat tenía alma de educadora, de lo que se beneficiaba un
conjunto creciente de chicas y chicos (“yo jugaba a críquet y sabía trepar como
el mejor de ellos”). Este último hecho era inusual en la época, como se sabe.
Annie cuyo sentido de reverencia, respeto, gratitud y lealtad fueron
exponenciales durante toda su vida, enalteció a aquella amiga: “Carezco de
palabras para expresar lo que le debo, no solamente en conocimientos como,
también, en amor por la sabiduría, que desde entonces vivió en mí como un
constante estímulo para el estudio”.
El tipo de educación que recibía, tanto de la madre como de la Sra.,
Marryat, acentuaron la natural religiosidad del carácter de Annie, para quien
los sueños místicos, las visiones de hadas y duendes, el entusiasmo al leer las
historias de los primitivos mártires cristianos – que soñaba vivir en ella
misma –, la cita de los textos evangélicos, eran mucho más seductores que los
quehaceres y los placeres de la vida terrena cotidiana. Su devoción religiosa
de aquella época tenía el sello de arrebatamiento y de la generosidad que
caracterizaron toda la vida de Annie – ella sólo sabía ser auténtica y seria,
no importaban las circunstancias ni el campo de actividad.
Tal condujo a que, a los 19 años, sin jamás haber tenido enamorados o
haber pensado en eso seriamente – pues sus ideales habían sido “mi madre y el
Cristo” –, se hizo novia del Reverendo Frank Besant, con quien se casó un año y
tres meses después. Su futuro marido interpretó como interés amoroso una
convivencia que, para Annie, no era nada más que la oportunidad de conversar
sobre temas religiosos. Pillada de sorpresa cuando Frank le pidió en
matrimonio, permaneció en silencio, envuelta en sentimientos de culpa por haber
dado pie a tal situación; tales sentimientos, llevados al extremo, combinados
con la esperanza de que, como “esposa de un pastor, mejor que de otras maneras,
tendría oportunidad de practicar el bien”, la llevaron a vencer su “aversión al
matrimonio” y a comprometerse. Ya novia, intentó romper el compromiso pero no
fue más allá de la tentativa, para no dañar a su madre, que consideraba suprema
deshonra si su hija faltaba a la palabra dada. Así, sin entusiasmo y sin preparación,
se casó (o mejor, se dejó casar).
Liviandad e irresponsabilidad –
pensarán algunos; consecuencia de la diferente focalización de sus intereses
(que la volvió menos sagaz y despierta para las “cosas comunes”) y de un
escrúpulo, sentido de lealtad y de no hacer daño llevados al extremo – pensamos
nosotros. Un amigo de Annie, comentó, a propósito, con extraordinaria
exactitud: “Como ella no podía ser novia del cielo, se hizo novia del Señor
Frank Besant, que difícilmente sería un sustituto adecuado”.
De hecho, no lo fue. La minuciosa
aspereza de Frank suscitó en Annie Besant (A.B.) “primero, incrédula extrañeza,
después un torrente de lágrimas de indignación y, pasado algún tiempo, una
resistencia orgullosa, desafiadora, fría y rígida como el hierro. La
desenvuelta jovencita, radiante, impulsiva, ardiente, entusiasta, se transformó
–y muy rápidamente – en una grave, altiva y reticente mujer, que sepultaba bajo
las profundidades del corazón todas sus esperanzas, temores y desilusiones”.
Así, el único feliz resultado del matrimonio fueron dos hijos (un chico y una
chica), unidos para siempre a Annie por un elevado amor, y partícipes, cuando
fueron adultos, de las nobilísimas causas a las que se consagró. Todo lo demás,
supuso un tormento para A.B.; especialmente las visitas sociales de señoras
cuya conversación la “fastidiaban enormemente, y que eran tan indiferentes a
todo lo que me llenaba la vida – teología, política, ciencia – como yo lo era a
sus discusiones sobre el novio de sus empleadas y las extravagancias de sus
cocineras”.
Las Crueles Dudas...
Rápidamente, mientras, crueles dudas en
el ámbito religioso la torturaban hasta las fibras más íntimas. Damos de nuevo
la palabra a la propia Annie Besant, que elocuentemente expresó cuanto eso
puede significar: “Sólo por una imperiosa necesidad intelectual y moral, una
mentalidad religiosa se siente arrastrada para la duda, porque ella representa
una conmoción que hace zozobrar los fundamentos del alma y que hace vacilar
todo: ninguna vida por debajo del vacío cielo, ninguna luz en la oscura noche,
ninguna voz a romper el mortal silencio, ninguna mano que se extienda,
salvadora. Los frívolos de cerebro vacío, que nunca intentaron pensar, que
aceptan las creencias como aceptan las modas (...), en su superficial
sensibilidad y aún más superficial mentalidad, no pueden ni por asomo imaginar
la angustia que produce la mera penumbra del eclipse de la fe y, menos aún, el
horror de la profunda oscuridad, en la que el alma huérfana grita en el vacío
infinito...”.
¿Qué dudas eran esas, que le quitaban el sueño muchas noches y la propia
voluntad de vivir? No eran las pequeñas superficialidades sociales con las que
los llamados fieles (en verdad, y salvo raras excepciones, completamente ajenos
a la verdadera vivencia religiosa, salvo en el sentido de, por precaución,
hacer un seguro para el Cielo y su Protección Divina, adhiriéndose a la secta
religiosa predominante en su medio) se ocupan una, dos, tres veces en la vida,
o que los medios informativos realzan de los discursos papales o de otras
autoridades eclesiásticas; tampoco eran preocupaciones con su salvación
personal mas, sí, en lo esencial: ¿“Puede, acaso, haber un castigo eterno
después de la muerte, como las Iglesias sostienen? Existiendo un Dios Bueno,
¿cómo puede crear la Humanidad, sabiendo previamente (presciencia divina) que
la mayoría de los hombres sufriría para siempre las torturas del infierno?
Existiendo un Dios equitativo, ¿cómo podía permitir la eternidad del pecado, de
manera que el mal fuese tan duradero
como el bien? ¿Cómo explicar los puntos de semejanza entre religiones tan
antiguas y el Cristianismo, si había sido educada en la convicción de que ésta
era la única religión verdadera, siendo falsas todas las otras?
Estos y otros problemas similares tocaban en puntos tan importantes y
serios para Annie que (no encontrando respuesta satisfactoria, después de una
exhaustiva búsqueda) le impidieron de seguir considerándose cristiana o
siquiera, como el marido pretendía imponer, de participar en actos y ceremonias
que presuponían que lo fuese. Delante de las más serias interrogaciones sobre
el sentido de la Vida, ella no podía fingir, ni para sí misma ni para nadie.
(Años más tarde al renunciar al materialismo, definió la exigencia que la
verdad, fuese cual fuese, le suscitaba, diciendo:”...no me atrevo a comprar la
paz con una mentira; una imperiosa necesidad me induce a decir la verdad tal
como la veo, agraden o no mis palabras, reciba alabanzas o vituperios. Debo
mantener inmaculada esa fidelidad a lo verdadero, mismo que me cueste
amistades, mismo rompiendo lazos humanos. La verdad podrá conducirme a un
desierto, podrá privarme de todo el amor – más debo seguirla. Aunque me quitase
la vida, confiaría en ella”).
Así, cuando el marido le dio a elegir entre dos únicas opciones, la
sumisión al fingimiento o la separación, ésta fue inevitable, por muy incómoda,
dura y hasta escandalosa que fuese en la época. Siendo difícil seguir la lucha
por la supervivencia, bien más dolorosa fue la pérdida de la custodia de sus
hijos, impuesta en tribunal por hombres llenos de prejuicios religiosos. La
decisión se basó exclusivamente en las opciones filosóficas de Annie que,
decían, no le permitirían ser una buena educadora. Sin embargo, al alcanzar la
mayoría de edad y la libertad de elegir, ambos, los dos hijos se juntaron a la
madre, a la que continuaron adorando con devoción y orgullo...
Trabajo Social y Político
Después de la separación, con apenas 25 años de edad, Annie se dedicó
más que nunca a las cuestiones religiosas que la atormentaban, amplió más y más
su interés por la política y por la ciencia, amplió su cultura hasta niveles
extraordinarios, lo que más tarde le permitió tratar con soltura cualquier
cuestión que, mismo inesperadamente, se le presentase. Las personas se
sorprendían al ver a aquella joven de rostro simultáneamente hermoso y grave,
seria y austeramente concentrada en las más abstrusas lecturas.
Su reflexión sobre las cuestiones religiosas la condujo hasta posiciones
de agnosticismo (fue Vice-Presidenta de la Nacional Secular Society), tendió
hacia el ateísmo pero con un sentido tan profundo y una concepción tan profunda
de lo uno (una única y eterna substancia) oculto en lo múltiple, que una
estrecha línea la separaba (temporalmente, como veremos) de un lúcido
misticismo y de una visión hilozoísta del universo; sustentó una ética de
riguroso altruismo y escrupulosa dignidad, basada en el deber de la corrección
por la corrección y no, como ocurre en la postura religiosa común, con la
esperanza de cualquier premio o el recelo de un posible castigo.
Al mismo tiempo, se interesó activamente por las agudas cuestiones
sociales de entonces – a cierta altura, llegando a ser una destacada militante
socialista (“un socialismo de dar y no de coger”, como escribió en su libro “El
Mundo de Mañana”), por los derechos de las mujeres, de lo que fue una verdadera
campeona (asumiendo avanzadamente posiciones que sólo mucho más tarde se fueron
generalizando) y, en general, por el reconocimiento de las libertades de
expresión (en ese campo, mucho se debe a ella y a un puñado de compañeros de
entonces). En todas estas causas se empeño con extraordinario ardor, intrépido
coraje y notable talento oratorio y literario, habiendo convivido con hombres
de la altura de Charles Bradlaugh (uno de los mayores amigos de toda su vida) y
George Bernard Shaw (que por ella alimentó la más viva admiración).
Así, en plena década de 1880, Annie Besant era una figura ampliamente
reconocida y famosa, especialmente en Gran Bretaña. A la vez, por detrás de su
carácter voluntarioso y del vigor de su inteligencia, existía un enorme
corazón, lleno de ternura, que se expresaba a través de múltiples actividades
filantrópicas, de una constante solicitud ante el dolor, de amistades vividas
con amplio sentido de fraternidad, Simultáneamente, constataba la precariedad
de sus concepciones materialistas, sea como explicación del Universo y de la
Vida, sea como fuerza suficientemente congregadora y regeneradora de la
Humanidad. De este modo, continuaba a reflexionar y a reflexionar y a buscar
profundamente...
El Encuentro con la Teosofía y con
H.P.B.
A principios de 1889, una de sus actividades era la de periodista (en
colaboración estrecha con el Sr. W.T. Sead, de convicciones cristianas,
demostrando que hombres y mujeres de buena voluntad se pueden siempre entender
en lo esencial). Fue en esa cualidad que, para hacer una crítica literaria, le
llegaron a las manos los dos gruesos primeros volúmenes de la incomparable obra
“La Doctrina Secreta” (con el subtítulo “Síntesis de la Ciencia, de la Religión
y de la Filosofía”), de H.P.B. – Helena Petrovna Blavatsky.
Annie Besant llevó los libros para casa y, al leerlos se quedó
asombrada. Los velos se abrían. Allí estaban las ligaciones que preveía y
buscaba, pero aún le faltaban, para acceder de la ciencia puramente
materialista a la ciencia del espíritu, a la filosofía integral, a la divina
sabiduría (”teo”+”sofía”). Le damos de nuevo la palabra: “¡Cómo me era familiar
el asunto! ¡Cómo volaba mi mente, presintiendo las conclusiones! ¡Cuán natural
me parecía el tema, cuán coherente, sutil e inteligible!”. Estaba maravillada,
ofuscada por la luz que me mostraba tantas partes de un grande todo y resolvía
todas mis dificultades, enigmas y problemas”.
Redactó la crítica, naturalmente brillante y entusiasmada, y escribió a
Helena Blavatsky, pidiéndole permiso para visitarle. La respuesta fue
afirmativa y H.P.B., la recibió con un vehemente apretón de manos, exclamando:
“¡Oh querida Señora! Besant! Hace tanto tiempo que deseaba conocerla”. Este
primer encuentro causó una fuerte impresión en Annie, que poco tiempo después
repitió la visita, informándose mejor sobre como ingresar en la Sociedad
Teosófica (ST). H.P.B. le miró penetrantemente y le dio un documento, con cerca
de 4 años, de la Society for Psychical Research (SPR), pidiéndole que lo leyera
antes de decidirse. (Viene a propósito referir que ese famoso relato elaborado
por una única persona, retrataba a H.P.B. como una fraudulenta impostora.
Escrito con el más puro sectarismo, aún hoy es mencionado en la generalidad de
los libros y enciclopedias de la “cultura oficial” sobre H.P.B. y la ST. No
obstante, fue la propia SPR que reconoció, a través de muchos de sus miembros
–algunos, adhirieron incluso a la ST – y, más tarde, pública y expresamente
como institución, el carácter tendencioso, parcial, sin fundamento y sin razón
de ese relato – pero esta reposición de la verdad es omitida en los mismos
libros y enciclopedias. ¡Así se pisotean reputaciones!...).
Annie leyó el relato y rápidamente confirmó su futilidad. Además, “¿cómo
podía yo aceptar todo aquello frente a la naturaleza franca, leal, valiente de
la que percibiera tan sólo un vislumbre? ¿Frente a la altiva y ardiente
sinceridad que resplandecía en aquellos ojos honrados e impávidos, llenos de
infantil nobleza?”
De este modo, luego al día siguiente, formuló el pedido de ingreso en la
Soc. Teosófica. Después de recibir la respuesta positiva, se dirigió a casa de
H.P.B.. He aquí el relato de esa visita, por la pluma de A. Besant:
“Encontré a H.P.Blavatsky sola, me aproximé a ella, me incliné y le besé
sin decir una palabra, – ‘¿Usted ingresó en la Sociedad?’ – Sí – ¿Leyó el
relato?’ – Sí – ?¿Y entonces?’ Caí de rodillas, apreté sus manos entre las mías
y, mirándole a los ojos le respondí: – ‘¿Quiere aceptarme como discípula y
darme la hora de proclamarle al mundo como mi instructora?’ Su austero
semblante se modificó e irreprimibles lágrimas le llenaron los ojos, después,
con una dignidad más que regia, colocó su mano sobre mi cabeza, diciendo: ¡Qué
noble mujer es usted! ¿Qué el Maestro le
bendiga!
De hecho, en los años siguientes, y a lo largo de los restantes 44 años
y medio de su vida, Annie Besant no perdió oportunidad de defender a su gran Amiga
(a la que comprendió más íntima y profundamente que nadie), de dar a conocer al
mundo su obra, de poner de relieve su inmensa Sabiduría y nobilísima estirpe.
Lo hizo de modo sereno, inequívoco, entusiasta – con el extraño sentido de
gratitud y honradez que siempre le caracterizó. Es un dato muy curioso y
simbólico que el contenido del primer libro de Annie Besant editado después de
haber asumido la Presidencia de la Sociedad Teosófica (“H.P.Blavatsky y los
Maestros de Sabiduría”) sea justamente una vigorosa defensa de H.P.B..
En este artículo, sin embargo, interesa especialmente realzar que
también H.P.B., se refirió de forma repetida – y altamente elogiosa y enfática
– al cariño, atracción y admiración que A.B. le despertó. Citamos algunas
palabras escritas por el propio puño de Helena Blavatsky: “Mi amiga y colega,
Annie Besant, que es hoy mi brazo derecho”; “Los discursos fueron dados por
Sinnett y otros pero, no es necesario decir, nadie habló tan bien como Annie
Besant. ¡Oh, Cielos, cómo habla esta mujer! Espero que usted pueda oírla”; “Qué
mujer de gran corazón, noble y maravillosa es ella!”; Y sintetizando todo en
una frase, así definió H.P.B. a Annie Besant: “única, incomparable”.
De esta forma, habiendo convivido con ella sólo dos años (bastante menos
que con otros compañeros de trabajo), Helena transmitió a Annie el liderazgo
espiritual, del núcleo más interno, de la Sociedad Teosófica (permaneciendo el
Coronel Olcott como su Presidente) e hizo constar claramente su voluntad, antes
de desencarnar, en Mayo de 1891 (aunque ya lo pensara interiormente desde pocos
meses después al primer encuentro con Annie Besant; ver, en relación a esto el
Cap. 28 del libro “When Daylight Comes”, de Howard Murphet, cit.).
También, además, el Coronel Olcott llegó a expresar su extrema e
inalterable admiración por Annabay. Tres
o cuatro (entre muchos) pasajes de su libro “Old Diary Leaves” son suficientes
para ilustrarlo: “Ella es, en verdad, el agente escogido para hacer fructificar
las simientes que fueron lanzadas por H.P.B. y por mí durante los anteriores
quince años"; "Nunca encontré una mujer más consistentemente
religiosa que ella, ni cuya vida haya sido un auto-sacrificio más alegre. Mis
bendiciones estarán con ella, donde quiera que vaya”; (comentando un viaje por
la India, en el que acompañó a Annie Besant cuando ésta iba a dar una serie de
conferencias) “recuerdo la más espléndida serie de discursos que oí en toda mi
vida, y la íntima fraternidad con una de las mujeres más puras, más altamente inteligentes
y más elevadas en términos intelectuales y espirituales de su generación o de
cualquier otra época histórica de la que yo tenga conocimiento”; “Puedo
conscientemente afirmar que en toda mi vida nunca encontré una mujer más noble,
altruista e íntegra ni cuyo corazón estuviese lleno de un amor mayor por la
humanidad”.
La Mejor Oradora del Mundo.
En el campo teosófico, Annie Besant pudo encontrar la posibilidad de
conciliar su naturaleza mística con una sólida filosofía, la ciencia de las
cosas físicas con la ciencia de los mundo suprafísicos, la libertad del
pensamiento y de expresión con una rigurosa noción de ética, de deber y de
amplia filantropía; llegó a una base sólida y potenciadora de la fraternidad
universal, pudo, en fin, identificarse con una concepción de lo Divino
destituida de los habituales antropomorfismos, se encontró con que existe una
Sabiduría Perenne, una Ciencia Universal, una Religión –Sabiduría de la que
proceden todas las grandes escuelas filosóficas espiritualistas y todas las
grandes religiones, sin que (por eso) la verdad de una excluya la verdad de las
otras.
De ese modo, A.B. se entregó al nuevo trabajo, que abrazó con toda la
fuerza del alma, con una generosidad que jamás midió sacrificios, con un ánimo
inquebrantable de luchadora, entretejido en una espontánea afectividad, en una
amplia cultura y en un genio literario y oratorio que rápidamente hicieron de
ella la más celebrada figura de la Sociedad Teosófica. Representó, de esta
forma, una fuente de prestigio, de brillo y de solidez para la ST,
contribuyendo más que nadie para su rápido crecimiento en número de miembros y
en pujanza en el mundo.
Poco tiempo (tres meses) después de su adhesión, ofrecía su casa para
ser la sede de la ST de Inglaterra, ya que era imposible seguir pagando la
anterior localización. Su contribución para el crecimiento de la biblioteca de
la sede mundial de la ST en Adyar (un importante centro de estudio no sólo para
teósofos sino también para innumerables estudiosos y eruditos) fue igualmente
relevante en los años que siguieron.
Escribió innumerables obras (¡hay más de cuatro centenares de libros y
opúsculos de su autoría!), en las cuales desdobló y presentó de manera más
simple y clara los profundos conceptos de la “Doctrina Secreta”, además de los
que eran producto de su propia investigación y del estudio (comparado) de las
fuentes tradicionales. Algunos de sus libros – por ejemplo, “La Antigua
Sabiduría”, “Un Estudio sobre la Consciencia”, “El Cristianismo Esotérico”, “El
Mundo de Mañana”, “Evolución de la Vida y de la Forma”, “La Genealogía del
Hombre”, “Siete Grandes Religiones” (los dos últimos, reproducen una serie de
conferencias) – pueden considerarse verdaderos tesoros, siendo los demás de
gran interés y utilidad.
Fue, no obstante, como conferenciante que su trabajo alcanzó mayor
brillo y fulgor. Tal había sido anticipado por H.P.B. cuando, confirmando una
importante experiencia espiritual de Annie (en Fontainebleau, en el verano de
1889), señaló que su trabajo principal sería “La Magia del Verbo”. Se cuentan
por millares las conferencias que Annie Besant dio, llegando a disertar tres en
el mismo día. Por ejemplo, en los 50 días entre el 16 de Noviembre de 1893 y el
7 de Enero de 1894, en la India, dio un total de 48 conferencias. Hablaba
invariablemente improvisando y con un
pequeño tiempo de preparación de los temas. El magnetismo, el encanto y
la autoridad que de ella emanaban, la fluencia rítmica de los discursos y la
fuerza de las imágenes, el encadenamiento de las ideas y la solidez de los
argumentos la consagraban como “la más brillante conferenciante de Inglaterra”,
“la mejor oradora de su época” (Bernard Shaw) y, según muchos testimonios, “la
mejor oradora del mundo” (esta última expresión, se encuentra, por ejemplo, en
un libro de M. Lutyens, fundamentalmente hostil a la ST y despreciativo en
relación a A.B.), El dramaturgo y novelista Enid Bagnold comentó en relación a
una conferencia de Annie Besant en el Queen´s Hall de Londres (1912): “Cuando
ella subió a la plataforma para hablar, estaba
radiante. Su autoridad llegaba a todos los lados”.
Sus discursos culminaban casi siempre en un torrente de aplausos, que
llegaban a prolongarse durante diez minutos – en una conferencia en la
Sorbonne, en 1910, continuaron prolongadamente ya fuera de la sala. Su primera
serie de conferencias en la India (en 1893/94)
fue un éxito tan grande que, rodeada de multitudes, llegó a tener que
hablar sobre pequeñas plataformas, del diámetro de un sombrero, en precario
equilibrio – e, a medida que su prestigio crecía, casi no podía andar por las
calles, entre las personas que le querían ver, tocar, expresar su admiración y
gratitud. Hablando para 5.000 personas, sin medios de amplificación, era tal la
penetración de su voz y de tal manera impresionante y casi sagrado el silencio
de los oyentes, que podía ser oída por todos, incluso cuando bajaba el tono
para algún pasaje más íntimo y sensible. En 1900, en París, fue tan grande su
triunfo al disertar en un congreso que, después de acabar, y cuando volvía a su
lugar, caminó decenas y decenas de metros bajo el clamor entusiasmado de la
asistencia, que le cubría de flores tiradas a su paso –cosa jamás allí vista.
Estos hechos eran aún más notables en cuanto que en ella no había nada de teatralidad
o de apelo al culto de la personalidad – por el contrario, innumerables veces
lo recusó expresamente.
Por Todos Los Medios
Fue, por tanto, con absoluta naturalidad que, en 1907, después de la
muerte del Coronel Olcott, quedó electa como Presidenta de la Sociedad
Teosófica – de acuerdo, además, a la voluntad que su antecesor manifestara –,
cargo que ejerció durante 26 años.
La pujanza que la ST había alcanzado y el admirable genio y capacidad de
organización y liderazgo de Annie Besant, conjuntamente con el conocimiento de
ciertos riesgos pero, también, de ciertas oportunidades cíclicas – imposibles
de exponer en este artículo, por razones de espacio – hicieron que surgiera la
esperanza de poder inducir una gran mutación en los valores dominantes en el
mundo (tan caracterizado por la ignorancia, por la superficialidad, por el
sectarismo y por el odio, de los que los grandes horrores de este siglo XX son
ejemplos evidentes), substituyéndolos por la cultura superior del espíritu, por
la fraternidad de todos los pueblos, por la síntesis del Poder, del Amor y de
la Sabiduría, por la acción concertada de la labor política, científica,
filosófica, artística, pedagógica y filantrópica, unida por un revigorizamiento
religioso, en su sentido universal e inclusivo.
Así, llena de energía y de sensibilidad por el sufrimiento ajeno, A.B.
trabajó intensamente en todos estos sectores y apeló al trabajo, a la
generosidad y a la congregación de esfuerzos de todos los que podían contribuir
para la construcción de un mundo mejor. Su trabajo, a partir de la Soc.
Teosófica, se multiplicó en tantas facetas e instituciones vocacionadas para el
servicio a la causa de la evolución de la Humanidad, que sería exhaustivo
enumerarlas. Sintió, entre tanto, que era necesario una figura de referencia
que pudiese dar un nuevo impulso a la espiritualidad humana, conjugando las
fuerzas de regeneración, y (juntamente con C.W. Leadbeater) creyó haberla
encontrado en un joven hindú, de apenas trece años: J. Krishnamurti. Éste
llegó, efectivamente, a ser un hombre excepcional, uno de las más reconocidos
pensadores del Siglo XX, aunque optase por caminos algo diferentes a los
seguidos por la gran protectora de su
juventud y (a nuestro entender meramente personal, aunque con mucha convicción)
haya mostrado tan poca gratitud para quien fue capaz de reconocerlo contra toda
evidencia formal (a los trece años, era considerado muy poco inteligente, por
sus profesores y por todos cuantos le conocían), le sacó de la miseria, le
rodeó de cariño, le educó primorosamente, le proyectó para la notoriedad
mundial y aún supo tener fraternidad y cariño cuando esa misma notoriedad fue
usada contra aquellos que la habían propiciado... No resistimos la tentación de
pensar lo que podría haber acontecido si las cosas hubiesen sido de manera
diferente, sea por parte de Krishnamurti, sea por parte de algunos de los
miembros de la ST menos sensatos y lúcidos. En verdad, en la vedad, el problema
tal vez fuese este : Annie Besant, había sólo una...
La India Bien-Amada
Aunque continuaba a viajar por todo el mundo, transportando su
entusiasmo, sus siempre nuevas iniciativas, su palabra inspirada y alentadora,
fue en la India que, a partir de 1893, Annie encontró su hogar. Fueron verdaderamente
impresionantes su dedicación para el renacimiento de la cultura y de la
espiritualidad hindú, su amor por las gentes entre las que eligió vivir, su
constante atención a los problemas contemporáneos y a las perspectivas futuras
de la vieja Âriavarta. Ella fue una valiente anticolonialista avant la lettre,
con la singular peculiaridad de ser nativa del país colonizador. Dirigiéndose a
los pueblos occidentales, en un texto significativo, escribió en algún sitio:
“La India tiene mucho para ofreceros en el dominio religioso. Os puede dar una
religión científica, cosa que mal siquiera podéis imaginar. Aquí (en
Occidente), la religión, frecuentemente, no es más que una creencia ciega o un
delirio emocional. En la India, la religión es intelectual y científica. La
psicología hindú hace parte de la religión. La India comprende el mental y el
espíritu, y sabe como pueden ser desenvueltos y entrenados. En lo que Oriente y
Occidente, en cuanto a eso, difieren, es que la ciencia occidental está
limitada al mundo físico en cuanto la India es científica en su religión y
conduce la ciencia en el dominio de la psicología, preferentemente al dominio
físico “(L´Avenir Eminent, 1916, Editions Théosophiques, París). Es digno de
notar la anterioridad con que esto fue proclamado en relación al gran interés
que muchas eminentes figuras de la ciencia, desde hace 30/35 años, vienen
demostrando por la espiritualidad oriental.
No debemos omitir la gratitud y la justicia a quien la merece: tal vez
aún hoy (los que no tenemos el estúpido complejo de superioridad de nuestra
deshumana y, tantas veces, brutal y tiránica civilización euro-americana) no
nos hubiésemos dado cuenta de los tesoros de la vieja y profunda filosofía y
psicología oriental, si no fuese por la
pionera determinación de Helena Blavatsky, Henry Olcott, Annie Besant...
Todo occidental medianamente informado conoce la figura de Gandhi; sin
embargo, la cultura oficial continúa a silenciar que él sólo fue consciente del
valor de su India (que, hasta entonces, consideraba vergonzosa) por la
influencia de los teósofos y, especialmente, de H.P.B. y de A.B. Por lo demás,
fue Annie Besant que le preparó el camino y propició la ocasión para que fuese
conocido, dándole la palabra en la memorable inauguración de la Universidad de
Benarés (la primera que existió en la India), creada bajo el impulso de la Soc.
Teosófica, en una ceremonia a la que asistió el propio Vice-Rey y varias otras
figuras prominentes...
Es difícil imaginar la magnitud de la obra educativa realizada por la ST
en Oriente, especialmente por iniciativa del Cor. Olcott y de Annie Besant –
centenas y centenas de escuelas fueron creadas bajo su auspicio. En el caso de
Annie, manifestó una especial preocupación por la mujer india, incentivando y
promoviendo su educación (algo singular cien años atrás). Al mismo tiempo,
transportaba en su corazón un permanente cariño por la preservación de los
mejores valores de la India y por el (re)florecimiento de su cultura, filosofía
y religión. Uno de sus trabajos más notables fue la elaboración de un libro de
texto (“Advanced Textbook of Hinduism”) cuyos principios filosóficos y éticos
acabaron por ser aceptados por los representantes de innumerables corrientes
religiosas del hinduismo – un hermoso ejemplo, de verdad.
Su intervención en asuntos políticos de la India (entonces aún englobada
en el Imperio Británico) fue tan determinante que ella – una inglesa – fue
elegida Presidenta del Congreso Nacional Hindú. Creó y dirigió varios
periódicos, donde sustentaba ideas de autonomía y denunciaba los abusos y
violencias de los británicos, simultáneamente luchando por la amistad entre los
dos pueblos. Este equilibrio le granjeó no sólo el inmenso cariño y respeto de
los hindúes – en muchas casas, existían retratos de Annie Besant al lado de
representaciones de los Rishis, Avatares y divinidades del hinduismo – como
también de los más sensatos entre los ingleses. Uno de ellos, Lord Haldane,
Ministro de Justicia y, más tarde, Primer-Ministro, le consideró “el mejor
estadista que jamás conocí”. Algunas veces, sin embargo, las autoridades
inglesas se molestaron con su actividad y se le fijó residencia forzada (lo
que, según testimonio de un amigo, la hizo estar como “un león enjaulado”
sufriendo con el servicio que no podía prestar). En el transcurso de una ola de
protestas, fue liberada y su regreso fue así descrito, con rigor, por George
Arundale : “...una apoteosis imposible de imaginarse. Una multitud inmensa se
amontonaba a su paso, formando un cortejo cada vez más imponente. Aclamada por
las masas, cruzó poblados y aldeas engalanadas como si se tratase del descenso
de una diosa. Flores adornaban los caminos que sus pies habrían de pisar; en
Bombay, ruedas de objetos preciosos balanceaban desde las casas y finas perlas
se lanzaban a su paso. Fue una continua ovación, la expresión de la
entusiasmada gratitud por la fiel amiga de la India. En Adyar, su llegada fue
digna de una epopeya”.
Así, Annie Besant es una referencia ineludible de la historia de la
India. Ese hecho es plenamente reconocido por Gandhi, Nerhu y otros líderes
indios (ójala, sin embargo, hubiese sido mejor comprendida). A cierta altura,
Besant y Gandhi divergieron políticamente, lo que nunca puso en causa una mutua
admiración. En el 1º centenario del nacimiento de A.B., él dijo: “Cuando la
Sra. Besant vino a la India y cautivó a todo el país, entré en íntimo contacto
con ella y, aunque tuviéramos diferencias políticas, mi veneración por ella no
se enfrió nada. Espero, pues, que las celebraciones sean dignas de esa gran
mujer”. Al contrario de M. Gandhi, Annie preconizaba una transición más gradual
y menos populista, daba prioridad a una verdadera reeducación de los hindúes
(que despertase su antiguo esplendor) y apostaba en el debilitamiento de las
tensiones internas, sintetizando todo en la paráfrasis: “¡De qué le valdría a
la India conquistar el mundo, si perdiese su alma!”. El futuro mostró que ella
tenía razón...
Una Autoridad Natural
Annie nunca tuvo miedo de enfrentar al mundo para exponer sus ideas,
siempre más amplias. Era una verdadera fuerza, hablando, escribiendo y actuando
con un saber hacer tan primoroso, que constituía una autoridad natural, llena
de afectuoso encanto y, no obstante, de sobria y elegante altivez – nunca
soberbia – delante de la limitada mentalidad común. Como invariablemente
acontece con todos los grandes pioneros de la evolución humana, sufrió varios
sinsabores y muchos ataques – pero siempre por la calumnia y por la astucia,
jamás con valentía y frontalidad. Mismo las disputas entre terceros (sus
colegas de trabajo) se aplacaban “por respeto a Mrs. Besant”, “por
consideración a Mrs. Besant” o simplemente se desvanecían delante de su
presencia tan digna y poderosa. Eso sólo dejo de ser así cuando, en el
crepúsculo de su existencia, su corazón de león se despedazó y cayó enferma.
La Ardiente Peregrina
Alguien escribió un libro sobre Annie Besant con el título “The
Passionate Pilgrim”. Eso fue ella –una ardiente peregrina, una apasionada
guerrera que jamás se permitió dejar que se perdiese el estandarte que se le
confiara. Usando una expresión popular, de ella se puede decir que “ trabajaba
en serio”. Su ritmo de trabajo era impresionante: cerca de 15 horas por día,
incluso con 80 años. Qué grande, qué extraordinario ejemplo de quien, no
obstante, tenía una vida interior tan rica y preciosa! Para nosotros, Annie
Besant representa el poder y la inspiración de un mar inmenso de estandartes de
todos los colores, inscritos con los más bellos símbolos de la creatividad
humana.
El final de su vida quedó oscurecido por el dolor de ver – justamente
cuando la fuerzas, al fin, le comenzaron a escasear – como algunos de aquellos
en quienes más depositara su amor y su esperanza abocaron en actitudes
insensatas, de extremos opuestos (y, por eso, conflictivas). En 1931, cerca de
los 84 años, como resultado de una caída, se debilitó hasta el punto de tener
que pasar gran parte del tiempo en la cama. Reunió todas las fuerzas que le
quedaban para la Convención Teosófica del final de 1932 y, a partir de ahí, su
fuerza vital fue abstrayéndose, hasta fallecer, el 20 de Septiembre de 1933
(homenajeada en los días siguientes por decenas de millares de personas), con
casi 86 años de una existencia consagrada a estudiar, amar y servir. A su lado
estaban dos de los compañeros que, a pesar de todo, mejor pudieron compartir su
labor y sus anhelos :C.W.Leadbeater y (cogiéndole la mano) C. Jinarajadasa, que
sería Presidente de la Soc. Teosófica entre 1946 y 1953. En el órgano oficial
de esta institución (“The Theosophist”), en el número de Octubre de 1933,
finalizó el anuncio de la muerte de Annie Besant con estas palabras:
“¡Vuelve en breve, oh combatiente, y dirígenos una vez más!”